Amsterdam

Nada más salir de Amsterdam Centraal tenemos que ponernos una sudadera porque hace frío. ¡Frío! ¡En verano! Qué felicidad. Aunque me dura poco, porque en ese momento saco la cámara y descubro que no enfoca. Consigo arreglarla más o menos y, entonces sí, empiezo a hacer montones de fotos. 



Madrugamos mucho dispuestos a ver todo lo imprescindible de la ciudad en un día. A pesar de que sabemos que el camino es largo, decidimos ir andando. Hemos cogido un mapa en el hotel, pero esta zona está tan retirada que ni siquiera sale. Vemos un tranvía que va hacia Amsterdam Centraal y decidimos seguir las vías. Vamos caminando por una calle paralela al Vondelpark y yo no dejo de mirar las casas. Esa arquitectura me tiene fascinada.

Llegamos al Rijksmuseum, donde me hago la foto de rigor en las letras de I amsterdam, y desde ahí seguimos caminando hasta el Bloemenmarkt. Bordeando los canales llegamos a la casa de Ana Frank, aunque no llegamos a entrar. Hay demasiada cola y nosotros tenemos poco tiempo. Paseamos por los canales principales, el Barrio Rojo, la plaza Dam y nos acercamos a la bahía de IJ. Después de comer, damos una última vuelta por el centro y entramos en un coffee shop, donde aprovecho para ponerme a escribir mi diario de viaje tomando una coca cola mientras mis ojos sufren con tanto humo.



De vuelta al hotel vamos casi por el mismo camino que antes, salvo que esta vez entramos en el Vondelpark y nos sentamos allí a escuchar música, ya que ese día hay un concierto.

Queríamos ir a cenar a un restaurante cercano, pero finalmente cenamos en el césped, a la orilla de un canal, con unas vistas preciosas del atardecer, sin el bullicio del centro… y con los vecinos de la zona, que han bajado sillas y comida para hacer un picnic. Para acabar un día tan agotador, tomamos unas cervezas en el jardín del hotel. 

Y el domingo, otro madrugón, tranvía hacia el centro (esta vez sí), última vuelta para despedirnos de la ciudad bajo la lluvia y comprar algún recuerdo y rumbo al aeropuerto.

De Amsterdam me gustaron muchísimo las casas, ya lo he mencionado más arriba. Es curioso verlas torcidas e inclinadas hacia delante, con ganchos en la parte superior para poder meter los muebles por las ventanas, puesto que las casas son tan estrechas que ni tienen ascensor ni espacio para subir los muebles por las escaleras.




Algo que me llamó la atención fue encontrar tantos holandeses dispuestos a hablarte en español, a pesar de que nos entendíamos perfectamente en inglés. Lo que no me gustó, cosa que quizá supongáis, fue el Barrio Rojo. El paseo que dimos por allí fue casi accidental, no nos dimos cuenta de que nos estábamos metiendo en esas calles. No fue nada agradable ver a las chicas en los escaparates, en absoluto. Sé que es algo bastante famoso de la ciudad, pero no entiendo cómo algo así puede existir.

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