Viaje por el norte de Marruecos: Tánger


Amal nos recibe en el riad con una sonrisa, nos enseña la casa y nos presenta a Wafae. Ambas trabajan allí, a los dueños los conoceremos por la noche. Comemos en la terraza, al sol. La temperatura es suave, propia de primeros de octubre en la península. Allí no tenemos internet, tampoco tenemos ningún mapa y la zona de la Medina es un laberinto, pero nos lanzamos a la aventura.




Pronto veo lo fácil que es perderse y compruebo lo real que es eso de que los vendedores harán todo lo posible para que compres. Paramos para decidir por dónde continuar, en ese momento se acerca Ahmed e insiste en llevarnos a su tienda. Tiene 4 plantas, arriba del todo tiene una azotea. Subimos con él, desde allí se puede ver toda la Medina y el increíble azul del cielo. Ahmed nos prepara un té y lo bebemos mientras nos habla de la vida en el desierto y nos explica cada detalle de los tapices. 




No podemos perder la oportunidad de ir al Petit Socco y tomar un té - sí, otro - en el Café Central. En total 22 dirhams, aproximadamente 2€. Esa misma tarde conocemos a Abdul. Trabaja en una de las terrazas de la plaza del 9 de abril y nos anima a cenar allí más tarde. Son las 7, así que hacemos tiempo sentándonos frente al mar. Un hombre se acerca para decirnos que nosotras, cristianas -así nos llama, estamos equivocadas. No hay más Dios que Alá.

Vamos a cenar con Abdul, que nos invita a otro té. Los empleados del resto de terrazas se interponen en nuestro camino cortándonos el paso para que vayamos a su local. "Solo mira la carta", insisten. Abdul bromea con nosotras, también nos habla del sur de Marruecos y nos anima a pasarnos más tarde, al acabar su turno, para salir de fiesta, pero esta vez rechazamos la invitación. De vuelta al riad conocemos a Marie y a su marido, creo que es imposible tener mejores anfitriones. 




Wafae nos ha preparado un desayuno contundente, así que empezamos el día con fuerzas. Vamos a recorrer la Kasbah, que resulta ser una zona aún más laberíntica y, además, de color azul. Para el té de media mañana escogemos otro café del Petit Socco, el Tingis. Podríamos pasarnos el día bebiendo té con hierbabuena. 

Ricardo se acerca a nosotras y me dice que tengo un pelo muy bonito, verde como un jardín. Constantemente me dicen lo bonito que es mi pelo, llama mucho la atención aquí. Es verde como la hierba, verde como las plumas de un pavo real. Ricardo es pintor, pero él no nos va a llevar a su tienda. En cambio, nos da algunas recomendaciones como beber únicamente agua embotellada y nos enseña una mezquita que hasta entonces no habíamos visto. Nos cuenta que los hombres y las mujeres rezan por separado, que nosotras no podemos entrar y que él tampoco, porque no va vestido de forma adecuada. Esto es algo muy habitual: la gente se te acerca, te ofrece ayuda y después te va a pedir dinero a cambio. Y, del mismo modo que hay que aceptar siempre el té, hay que darles unas monedas cuando te ayudan.





Vamos a la playa y vemos dromedarios durmiendo en la arena. Después cenamos en La Terrasse de Dar el Kasbah. Hasta ahora no he tenido ningún problema para encontrar comida vegetariana, cosa que es una auténtica odisea en otros sitios.

Al día siguiente vamos al recomendadísimo Café Hafa: es una terraza con vistas al mar donde te dicen que no puedes ir con prisas - como en el resto de lugares de Tánger, todo se lo toman con calma - pero a nosotras no nos gusta. En muchas mesas no hay sillas, están sucias...así que vamos al Café à l'Anglaise, donde estamos mucho más cómodas y escuchando buena música.



Lo último que nos queda por ver en la ciudad es el Museo de la Kasbah. Es un museo poco visitado y en parte comprendo por qué: no hay explicaciones en inglés. Pero la entrada cuesta menos de 2€ y tenemos el museo entero para nosotras solas. Está situado en un antiguo palacio y, sin llegar a entender por completo las explicaciones, creo que merece mucho la pena subir hasta allí. Además, al lado hay una tetería con gatos durmiendo al sol - cosa que para mí siempre es un plus - y hay unas estupendas vistas al mar y la costa española. 



De Tánger me quedo con que regatear no es fácil, me cuesta mucho no aceptar sin más el precio que me dicen o rechazarlo e irme. Que la gente es increíblemente amable, el tráfico es una locura y, sobre todo, con que me gusta muchísimo este sitio y volveré. 

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